Aún en medio de la tragedia se pueden percibir algunos milagros. Uno de ellos es la reconciliación silenciosa entre dos pueblos enemistados por la historia. La isla, partida en su medular por un río que se había vuelto infranqueable, registra un tráfico constante en el que lo que prima es salvar vidas.
República Dominicana y Haití parecen vivir una tregua de sus disputas ante la grave crisis humanitaria. El país dominicano se ha volcado para ayudar a sus vecinos, no sólo con ayuda material, sino también acogiendo a miles de heridos y desamparados.
Parece quedar muy lejos la persecución hacia los haitianos que propulsó Leónidas Trujillo en el país dominicano. Un escenario de genocidio que respondía a años de violencia, guerras y persecuciones entre ambos pueblos.
La historia parece dar otra oportunidad de reconciliación. Leonel Fernández, presidente dominicano, propone condonar la deuda haitiana entre los países donantes. Además, han cedido aeropuertos para la llegada de ayuda internacional. En República Dominicana se plantó el primer hospital, de ahí salieron los primeros camiones de ayuda y cuando esta se atoraba en la frontera por surrealistas trabas burocráticas, el propio presidente dominicano exigió que abrieran sin control alguno.
LA IGLESIA EVANGÉLICA EN HAITÍ
El terremoto también afectó a iglesias evangélicas del país. Sólo 100 miembros de una iglesia haitiana de 2.000 asistentes han sido encontrados. En otra, la iglesia Bautista Siloé, el pastor y tres líderes fallecieron por causa del terremoto. Los miembros de la iglesia restantes han perdido mucho, pero no la esperanza.
La iglesia se ha convertido en una fuente de aliento y mantiene servicios a diario. Un misionero de International Mission Board (Junta de Misiones Internacionales, IMB por sus siglas en inglés) cree que esta podría ser una oportunidad para el avivamiento.
Por ejemplo, en la iglesia Shalom se percibe el gozo, a pesar de que sus reuniones se realizan sobre los escombros del edificio donde antes se reunían. Frente al Palacio Presidencial, en Puerto Príncipe, se reúnen a cientos deseosos de alabar a Dios, aún en medio de circunstancias tan dolorosas.
En la primera ceremonia religiosa organizada después de la tragedia en Puerto Príncipe, el pastor André Muscadin realizó una oración para arrepentirse de los horrores sucedidos en Haití en el pasado y perdonar. «Cuando un haitiano pecó, todo el mundo pecó. Gracia, Gracia, perdónanos», prosigue el evangelista.
«Los líderes políticos hacen sacrificios sólo para conservar sus puestos, jóvenes mujeres se corrompen para tener un empleo», denuncia Dieunel Jea-Baptiste, un técnico de 33 años. El pastor Muscadin desgrana los dolores del pasado, la dictadura de Duvalier, los golpes de Estado, la violencia endémica, las guerras de tribus heredadas de África, la mala gestión, el subdesarrollo.
«En el país hubo escenas de sangre. Matamos, quemamos, hubo pillaje, se secuestró a hermanos. Es la intolerancia, la corrupción. Jamás hubo armonía. El sismo nos interpeló. Este Campo de marzo nos dice algo: para revivir hay que repensar Haití, hay que tomar esta oportunidad», dice.
EL ALIENTO DE LA FE
El hecho religioso ya tenía una gran importancia en Haití, un país en el que el catolicismo, el protestantismo y el culto vudú contaban con miles de fieles. El terremoto ha derribado iglesias, pero no ha podido con el fervor de los haitianos. En los lugares donde antes había edificios, los fieles se juntan, de forma más o menos espontánea, para cantar, orar y sobre todo, agradecer a Dios el seguir con vida.
El sismo se llevó la vida de numerosos responsables religiosos. «Hay cosas difíciles de entender si no se tiene fe», explicaba el domingo en la capital haitiana el sacerdote Henry Marie Landasse, mientras preparaba la misa en una calle lateral a la catedral, de la que sólo quedó la fachada.
El papel de la religión se percibe en todas las esferas, también en la política. En 1990, los haitianos eligieron a un cura salesiano, Jean Bertrand Aristide, como presidente. Obligado al exilio, Aristide fue reelegido en 2001 y luego acusado de «deriva mafiosa». En 2004 fue apartado del poder y se exilió en Sudáfrica.
SINCRETISMO
Para el sociólogo especialista en religiones Sebastien Fath, en Haití hay un 50 % de católicos y 45 % de protestantes «con tasas de práctica religiosa muy superiores a las que se observan en Europa». El protestantismo, y los pentecostales en particular, han ganado terreno en los últimos 30 años hasta pisarle los talones al catolicismo.
Edouard Paultre, secretario general de la federación protestante de Haití, explicó en el semanario Reforme que «en los años 70, el peso de las iglesias protestantes creció, en particular debido a la oposición al catolicismo de la familia Duvalier», época durante la cual «se llevó a cabo una importante evangelización».
Sin embargo, las religiones «oficiales» no han desplazado a la población del vudú, una religión que integra diferentes formas de rituales tradicionales del oeste de África. Sus seguidores se relacionan con los espíritus sobrenaturales que los protegen y los vinculan con un mundo invisible. Un mundo en el que los muertos tienen un papel preponderante.
Es por eso que Beauvoir, una autoridad vudú en el país, ha calificado de «desastroso» el enterramiento masivo de muchos de los cuerpos que yacían en las calles. «Es tan terrible como el propio terremoto», lamentó el líder religioso.
Para los vivos, sin embargo, la práctica religiosa sirve de consuelo y unión. Los supervivientes se unen para orar. Ante la escasez, los haitianos se aferran a la fe.
República Dominicana y Haití parecen vivir una tregua de sus disputas ante la grave crisis humanitaria. El país dominicano se ha volcado para ayudar a sus vecinos, no sólo con ayuda material, sino también acogiendo a miles de heridos y desamparados.
Parece quedar muy lejos la persecución hacia los haitianos que propulsó Leónidas Trujillo en el país dominicano. Un escenario de genocidio que respondía a años de violencia, guerras y persecuciones entre ambos pueblos.
La historia parece dar otra oportunidad de reconciliación. Leonel Fernández, presidente dominicano, propone condonar la deuda haitiana entre los países donantes. Además, han cedido aeropuertos para la llegada de ayuda internacional. En República Dominicana se plantó el primer hospital, de ahí salieron los primeros camiones de ayuda y cuando esta se atoraba en la frontera por surrealistas trabas burocráticas, el propio presidente dominicano exigió que abrieran sin control alguno.
LA IGLESIA EVANGÉLICA EN HAITÍ
El terremoto también afectó a iglesias evangélicas del país. Sólo 100 miembros de una iglesia haitiana de 2.000 asistentes han sido encontrados. En otra, la iglesia Bautista Siloé, el pastor y tres líderes fallecieron por causa del terremoto. Los miembros de la iglesia restantes han perdido mucho, pero no la esperanza.
La iglesia se ha convertido en una fuente de aliento y mantiene servicios a diario. Un misionero de International Mission Board (Junta de Misiones Internacionales, IMB por sus siglas en inglés) cree que esta podría ser una oportunidad para el avivamiento.
Por ejemplo, en la iglesia Shalom se percibe el gozo, a pesar de que sus reuniones se realizan sobre los escombros del edificio donde antes se reunían. Frente al Palacio Presidencial, en Puerto Príncipe, se reúnen a cientos deseosos de alabar a Dios, aún en medio de circunstancias tan dolorosas.
En la primera ceremonia religiosa organizada después de la tragedia en Puerto Príncipe, el pastor André Muscadin realizó una oración para arrepentirse de los horrores sucedidos en Haití en el pasado y perdonar. «Cuando un haitiano pecó, todo el mundo pecó. Gracia, Gracia, perdónanos», prosigue el evangelista.
«Los líderes políticos hacen sacrificios sólo para conservar sus puestos, jóvenes mujeres se corrompen para tener un empleo», denuncia Dieunel Jea-Baptiste, un técnico de 33 años. El pastor Muscadin desgrana los dolores del pasado, la dictadura de Duvalier, los golpes de Estado, la violencia endémica, las guerras de tribus heredadas de África, la mala gestión, el subdesarrollo.
«En el país hubo escenas de sangre. Matamos, quemamos, hubo pillaje, se secuestró a hermanos. Es la intolerancia, la corrupción. Jamás hubo armonía. El sismo nos interpeló. Este Campo de marzo nos dice algo: para revivir hay que repensar Haití, hay que tomar esta oportunidad», dice.
EL ALIENTO DE LA FE
El hecho religioso ya tenía una gran importancia en Haití, un país en el que el catolicismo, el protestantismo y el culto vudú contaban con miles de fieles. El terremoto ha derribado iglesias, pero no ha podido con el fervor de los haitianos. En los lugares donde antes había edificios, los fieles se juntan, de forma más o menos espontánea, para cantar, orar y sobre todo, agradecer a Dios el seguir con vida.
El sismo se llevó la vida de numerosos responsables religiosos. «Hay cosas difíciles de entender si no se tiene fe», explicaba el domingo en la capital haitiana el sacerdote Henry Marie Landasse, mientras preparaba la misa en una calle lateral a la catedral, de la que sólo quedó la fachada.
El papel de la religión se percibe en todas las esferas, también en la política. En 1990, los haitianos eligieron a un cura salesiano, Jean Bertrand Aristide, como presidente. Obligado al exilio, Aristide fue reelegido en 2001 y luego acusado de «deriva mafiosa». En 2004 fue apartado del poder y se exilió en Sudáfrica.
SINCRETISMO
Para el sociólogo especialista en religiones Sebastien Fath, en Haití hay un 50 % de católicos y 45 % de protestantes «con tasas de práctica religiosa muy superiores a las que se observan en Europa». El protestantismo, y los pentecostales en particular, han ganado terreno en los últimos 30 años hasta pisarle los talones al catolicismo.
Edouard Paultre, secretario general de la federación protestante de Haití, explicó en el semanario Reforme que «en los años 70, el peso de las iglesias protestantes creció, en particular debido a la oposición al catolicismo de la familia Duvalier», época durante la cual «se llevó a cabo una importante evangelización».
Sin embargo, las religiones «oficiales» no han desplazado a la población del vudú, una religión que integra diferentes formas de rituales tradicionales del oeste de África. Sus seguidores se relacionan con los espíritus sobrenaturales que los protegen y los vinculan con un mundo invisible. Un mundo en el que los muertos tienen un papel preponderante.
Es por eso que Beauvoir, una autoridad vudú en el país, ha calificado de «desastroso» el enterramiento masivo de muchos de los cuerpos que yacían en las calles. «Es tan terrible como el propio terremoto», lamentó el líder religioso.
Para los vivos, sin embargo, la práctica religiosa sirve de consuelo y unión. Los supervivientes se unen para orar. Ante la escasez, los haitianos se aferran a la fe.
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