¿Será que la humildad está pasada de moda? ¿Por qué la noto ausente de nuestros pulpitos y no la veo en muchas de las más concurridas esquinas evangélicas? Es obvio que hoy somos extranjeros en un contexto exitista donde se sobrevalora la ambición, las posesiones materiales y el estatus social. El problema es que demasiado seguido esos estigmas de la cultura occidental moderna hacen reflejo en espiritualizaciones y versiones evangelicas de los mismos a través de predicaciones y ministerios que pregonan que esas mismas cosas son justamente el resultado de la fe.
Digo esto no porque tenga problema con la riqueza, el progreso social o la realización personal. Pero si creo que debemos cuidarnos del lujo innecesario, la vanidad y la egolatría.
Por eso es que justamente la humildad me antepone un conflicto. Por un lado me atrae, me seduce, la persigo e intento conquistar y por el otro la resisto, la reniego y le huyo siempre que crea que es una mala consejera para lograr lo que entiendo que debo lograr.
Lo que debo recordar cuando tengo eso en la mente es que la humildad es parte definitoria del caracter del cristiano maduro. Es parte de la belleza del caracter de Cristo en nosotros y debe ser un objetivo preciso en la mente y el corazón de quien quiere imitar a Jesús.
La reputación se puede construir, destruir y volver a levantar en un momento. En cambio la humildad y el carácter son una obra de arte que lleva su tiempo. He escrito en alguno de mis libros que si tomamos cuidado de nuestro carácter, este se va a encargar de nuestra reputación. E insisto que hay una gran verdad en ese principio. Pero en los ultimos días he pensando mucho que en el contexto de hoy, el caracter cristiano puede ir en contra de nuestra reputación y abortar nuestro éxito humano y es justamente por eso que la humildad puede ser vista como peligrosa o hasta quizás como una locura en términos humanos.
Yo quiero trabajar la humildad en mi carácter. Lo deseo y lo necesito. Me cuesta horrores, pero lucho. Si es un precio por pagar para mantener encendida mi pasión, prefiero renunciar al éxito que rendirme a mi naturaleza por más que me encuentre en las playas cómodas de una cultura que elogia lo opuesto. Tengo mis victorias pero pronto también derrotas. He aprendido a callarme la boca, pero también he hablado cuando no debía.
La paradoja final quizás resida en que cuantos más elogios recibo, menos me cuesta mantener la frente hacia abajo, pero cuando alguien me quiere rebajar, ahi es cuando más me cuesta no ser altivo.
¿Estaré muy loco o alguien más piensa en cosas de este estilo?
Autor: Lucas Leys
Fuente: LucasLeysBlog
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