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sábado, 27 de marzo de 2010

Reflexión - ¿Por que la gente no se da cuenta que necesita a Dios?

Tal vez existan mortales que ya nacen con una mala marca, una especie de karma, algo que los predispone antes de la vida adulta. Este, damas y caballeros, es un típico caso.


Sin padres reconocidos y mucho menos alguien que hubiese considerado adoptarlo, se comenta por el barrio que carga con diez muertes. Cuentan que al llegar a los treinta y pico, entró en la mafia grande, la de los amigos importantes, las influencias del poder por lo que nunca se le comprobó ningún delito. Desde el alcalde hasta el juez, conocen que maneja negocios turbios. Pero es su vinculación con el poder lo que le ha dado tanta impunidad. Se ríe de los jueces y juega su turbulenta vida ante la mirada absorta de los inocentes.


Pero el poder cambia. Tal vez alguna treta política le jugó una mala pasada, o quizá un juez escrupuloso no permitió que alguien le pusiera precio a su deber y ahora está privado de la libertad. El periódico lo festejó colocando la noticia en la primera plana. Los ciudadanos respiraron aire de justicia, tardía, pero justicia al fin. Los políticos utilizaron el encierro para su campaña y algún poderoso hizo declaraciones para la televisión.


Si hubiese una mínima chance de que algún preso fuese liberado, no sería él. No debe existir un solo ciudadano de bien, que no se alegre por el justo encierro. Los que tenían miedo declararon y un hábil fiscal pudo probar cada delito. Dicen que ningún abogado pudo defender lo indefendible. Lo sentenciaron a cadena perpetua. Pero todo eso fue hace un año.


Hoy es un día festivo, y la costumbre es darle un «regalo» a la ciudad. En este día de fiesta, la gente puede votar para que el gobierno suelte a un preso. El nefasto hombre no aspira ni a soñar ese deseo. La gente lo odia demasiado, piensa. No existe posibilidad de pensar en la libertad... a menos que... existiese alguien a quien la gente odie más que a él. Un violador de niñas. Un caníbal, una bestia que mate ancianas, algún azote venido del mismísimo infierno. Si hubiese tal persona, por lógica comparación, el mafioso podría ganarse el olvido de su condena.


De pronto un guardia interrumpe su delirio. Seguramente lo golpeará hasta desangrarlo como le ha sucedido todo este año. Pero el guardia no parece disgustado. Ya no entiendo a este país —comenta el guardia— el maldito pueblo ha votado por hacerte libre y encerrar a otro en tu lugar.


El afamado asesino no da crédito a lo que oye. Algo no está bien, o el país enloqueció o quizá apareció alguien que despierte más odio popular que él mismo. Un escribano constata su firma en el libro de salidas. Es demasiado milagroso, demasiado irreal para una sola tarde. El hombre condenado a cadena perpetua será liberado gracias al mismo pueblo que lo encerró.


Afuera le aguardan los reporteros que se apretujan por la primicia. El ladrón gana la calle y los micrófonos lo apuntan. Quieren saber su reacción, necesitan al menos alguna declaración. El mafioso pregunta. Debería responder, pero quiere saber. Pregunta quién es el monstruo que será condenado en su lugar. «Jesús de Nazaret», responde una cronista, «la gente te prefirió a ti, antes que al tal Jesús».


El hombre no entiende, y se abre paso entre la turba. Tiene demasiadas cosas qué preguntar. Tiene libertad pero no la comprende. Y lo que es peor: el nunca creyó necesitar de nadie, mucho menos, de un hijo de carpintero. El tal Jesús tiene que ser demasiado importante para ocupar su lugar o muy loco para ganarse el odio de toda la ciudad. Quien sabe, tal vez se trate de alguien que haga historia y se detiene en el medio de la nada con un solo deseo. Uno tan fuerte como lo fue el de la libertad. El mafioso quiere conocer quién lo reemplazó.


Desde hace dos mil años, todos se hacen las mismas preguntas. Millones, en todo el mundo, se preguntarán por qué el tal Jesús se dedica a cargar con odios ajenos. Por qué reemplaza a delincuentes. Quizá Barrabás no se dio cuenta que necesitaba al Señor porque no se podía imaginar que alguien quisiera sufrir en su lugar. Es demasiado milagroso. Pero es el único camino a la libertad.



- Dante Gebel


BENDICIONES



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